domingo, 27 de marzo de 2011

Blancanieves y los siete enanitos pero con una cosa así de grande

1. La propuesta
En cierta oportunidad los siete enanitos pero con una cosa así de grande se dirigieron a Blancanieves, diciéndole que tenían un reclamo que hacerle. El reclamo hubo de esperar un poco, porque en ese momento Blancanieves se estaba bañando en la costa del lago, más desnuda que una trucha arco iris; ante espectáculo tal los enanos no pudieron hacer otra cosa que someterla a sus bajos instintos durante largas horas, volviendo a expresar su queja cuando ya anochecía y sus oscuros apetitos habían sido provisoriamente saciados.
-Blanca -dijo el más enano de todos ellos, que era también el que tenía la cosa más grande, y quien por tal razón se encargaba habitualmente de iniciar las negociaciones-, nuestra vida sexual es totalmente insatisfactoria. ¿Crees tú que, dejando de lado estas ocasionales festicholas, puede satisfacernos hacer el amor contigo una vez por semana?
-¡Una vez por semana, una vez por semana! -exclamó Cenicienta, mas no sin darse cuenta de inmediato de que su verdadero nombre era Blancanieves-. ¡Una vez por semana para ustedes, que son siete! ¿Y qué me dices de mí, que cada día de la semana, sabbaths, domingos y feriados incluidos, tengo que soportar a un enano con una cosa así de grande metido cuan corto es en mi cómodo lecho y en mi no tan cómoda... bueno, ya saben ustedes qué?
-Creíamos que te gustaba -dijo medio desconsolado otro de los enanos, que trabajaba como modelo en un jardín.
-¡Pues claro que me gusta! -vociferó de nuevo Blancanieves, con ese modo tan suyo de gritar aun en los velorios-. ¡Pero me gustaría mucho más si no vinieran después a hacerme estúpidos reclamos, en vez de ir a buscar la comida para la cena!
-Eso ya está arreglado -dijo un tercer enano, lebrel nato, mostrando una ardilla recién cazada con cucharita.
Blancanieves se puso púrpura (aunque al sentir que no la favorecía la cambió de inmediato por carmín).
-¿Y a eso le llamas cena, mentecato? –ululó-. ¿Una mísera ardilla para ocho, contando a siete enanos que comen como lo que propiamente son?
-No nos desviemos del tema -dijo un cuarto enano, que quería llegar a ser diplomático y se entrenaba habitualmente resolviendo conflictos entre las alimañas de la fronda-. Queremos más sexo. Aunque sea mucho más.
Por primera vez en toda la entrevista, y tal vez conmovida al oír cierta palabra, Blancanieves no gritó, limitándose a reflexionar durante seis segundos con algunas décimas que nadie se molestó en cronometrar. Después rugió:
-¿Y qué creen, que yo no, malditos impotentes? ¿Quieren más sexo? ¡Lo tendrán! ¡Arrímense y escuchen, raquíticos renacuajos!


2. El arreglo
La propuesta de Blancanieves era tan simple y tonta como ella misma. Su límite, les dijo, eran tres enanos diarios; que se encargaran ellos de sacar sus conclusiones.
-Pero -dijo Barbudo, que todavía se hacía pis en la cama, aun durante el coito-, ¿qué podemos hacer los cuatro que quedemos?
-Pueden darse entre ustedes -respondió Blancanieves, más en broma que otra cosa.
Pero los enanos, entusiasmados, aplaudieron.
-¡Blancanieves, qué mente privilegiada tienes! -dijo Tontón, temblando por la emoción-. ¿Qué haces aquí, en un estúpido cuento infantil, cuando podrías estar trabajando en publicidad como creativa?
-Bueno, bueno -dijo impaciente Apurón, que no quería perder ni un solo instante-. Empecemos ya mismo. Órale, manos. ¡A los bifes!
Los primeros lugares fueron sorteados. Los tres enanos que sacaron los palitos más erectos tuvieron el honor de iniciar esa nueva etapa en las relaciones de la múltiple pareja. Los otros cuatro, no menos divertidos, se acomodaron a un costado y pusieron manos a la obra. Y todo anduvo muy bien por lo menos durante una semana.


3. El problema
En toda historia, en toda novela, en todo cuento, aun en toda vida, siempre suele hacer su aparición, cuando nadie se lo espera, como a la liebre, un problema. Y eso cuando hay suerte, mucha suerte: los problemas, como los policías, siempre suelen presentarse en manadas. Esta vez fue Rinaldo, el enano diplomático, quien se encargó de exponerlo ante Blancanieves.
-Blanca -dijo quejosamente aprovechando un ínfimo ratito que les había quedado libre entre coito y coito-, tenemos un problema.
-¡Por supuesto que lo tenemos, cara de paspadura! -se exaltó Blancanieves, quien tras practicar el coito solía mostrarse más nerviosa e irritable de lo que ya era por naturaleza-. ¡Estamos vivos y estamos, por lo tanto, bien jodidos! ¿Y resulta que ahora nos enteramos, mi buen Caputto? ¡Chocolate por la noticia!
Rinaldo, avergonzado, bajó la cabeza (de su miembro, que aún estaba erecta).
-¡Y encima se te baja! -rechinó Blancanieves, bastante descontrolada-. ¡Y encima se te baja, justo ahora que me disponía a lanzarme sobre tu mísero pingüino para... bueno, para hacerle algo, lo primero que se me pasara por la cabeza!
-Pero Blanca -se adelantó Ricotto-, si te da lo mismo podés abusar de mí.
Blancanieves miró a Ricotto (o, por decir verdad, al miembro de Ricotto) y, sin decir palabra, se disponía a abalanzarse sobre él, cuando Rinaldo, perfectamente consciente de sus deberes diplomáticos, o tal vez celoso, profirió un alarido que hizo volver a las aves a sus nidos en ochocientos kilómetros a la redonda.
-Y ahora qué carajo comemos esta noche –murmuró en tono asesino el Cazador.
-Mejor -dijo Apurón-. Ahora vas a poder demostrar que sos un verdadero Cazador, y no un simple paje... paji... Pajarero. Todas las noches zorzal en estofado, escabeche de palomita de la Virgen, sopita de jilguero... ¡estoy harto de pájaros en mi estómago!
-Blanca, por favor -suplicó Rinaldo, tratando de retomar el hilo, que ya se le cortaba-: tenemos un problema, un señor problema.
-Me alegra sobremanera -dijo Barbón- que por lo menos no hayas perdido la cortesía.
Blancanieves, en tanto, se había sentado (inadvertidamente, claro, puesto que el masoquismo no se encontraba entre sus múltiples defectos) sobre una enorme cagada de gaviota sobre la que se repantigaba con insólito placer, y se disponía a sacar un libro de su cartera.
-Maldito enano... –murmuró o murmujeó-. Por el primer orgasmo de mi abuela Rojatormenta, a sus 69 añitos, juraría que hasta que no me entere de cuál es el asunto no van a dejarme leer tranquila. ¿Cuál es, mi buen Rinaldo, ese m... el gran problema?


4. El problema II

Rinaldo, que con gran imprudencia se había sentado justo en la puerta de entrada de uno de esos enormes hormigueros que tanto abundan en los cuentos de hadas, comenzó a balbucear:
-El problema, querida Blancanieves, el problema, eeeehhh, esteeee...
-Aspirante a diplomático había de ser -apostilló Blancanieves mientras olisqueaba el aire como con un mal presentimiento.
Todos los otros enanos, dispuestos en círculo, habían acomodado sus cansados cuerpos lo mejor que pudieron: Barbudo se había recostado contra un alambre de púas, Ricotto sobre la entrada de una madriguera de zarigüeyas, que son de lo más perversas, el Cazador sobre los restos medio podridos de la cena del día anterior, Apurón encima del cadáver fosilizado de un cazador furtivo que quién sabe cuánto tiempo hacía que estaba allí, el Enano Sin Nombre justamente debajo de un meteorito que, aunque en ese momento a miles de kilómetros en el cielo, no tardaría en caer sobre su cabeza, y Maquiavelo, el enano maldito, sobre un zorrino o mofeta dormido o dormida, animal al que había confundido -con muy mal tino, debemos reconocerlo- con un tapado de piel, una alfombra o algo por el estilo.
-La cosa, el problema, querida ehhhh... -siguió balbuciendo Rinaldo, que con los nervios no sólo se estaba meando encima sino que además se había olvidado del nombre de Blancanieves-. El problema, querida Barbarroja...
-¡Barbarroja! -chilló entonces la bella-, ¡Barbarroja! ¿Quién demonios se atreve a ostentar el estúpido nombre de Barbarroja?
-Tu abuela -dijo Maquiavelo, en voz no muy alta pero con toda la intención.
-¡La tuya, hijo de mil repúntetos! ¡Mi Santa Abuela, que Dios la tenga en su Santa Gloria, bien acogida como se lo merece, se llamaba Rojatormenta! ¡Rojatormenta, no Barbarroja! ¿Han entendido, masturbadores impotentes fetichistas eyaculadores precoces sadomasoquistas, y mejor no sigo porque no termino más?
Entonces todos los enanos bajaron la mirada, avergonzados, aunque sin creerse uno solo de los epítetos de Blancanieves, y encontrándose en cambio con que el arranque de la bella había excitado sus miembros hasta un punto nunca visto (bah, casi nunca visto).
-Y ahora -dijo la Blanca-, y de una vez por todas, por mil y un orgasmos, ¿cuál es ese problema?
Los enanos se miraron unos a otros como adivinándose el pensamiento (se habían entrenado desde pequeños -de edad- con Lobsang Rampa). Después, como un solo hombre (o mejor dicho, como un solo enano), se volvieron (o se volvió) hacia Blancanieves, y sacándole las ropitas con todas las manos y toda la rapidez que les fue posible la cogieron de diversas y muy variadas e interesantes formas mientras gritaban, en medio de orgasmos, semiorgasmos y pluriorgasmos:
-¡Éste era el problema, querida Blancanieves!



5. Cuatro días después

Cuatro días después, cuando todos quedaron casi satisfechos (excepto Barbón, que se empeñaba inútilmente en romper su propio récord amoroso para enviarlo a concursar al Guinness), se sentaron a descansar un rato a la orilla de una laguna que había aparecido por ahí como consecuencia de la reciente instalación de una fábrica de enanos de jardín, pejerreyes de living y mojarrones de garaje.
-Bueno -dijo Blancanieves-, me parece que por esta semana estoy casi satisfecha. Volvamos, por favor, al asunto del problema. Pero, por Santa Frígida, que no sea Rinaldo quien me lo explique. Rinaldo no sería capaz ni de explicarle a un perro de aguas la Teoría de la Relatividad.
-Te diré, Blancanieves -asumió el mando Maquiavelo-; el problema es muy simple.
La Bella se rascó el occipucio con una ramita de eucaliptus, lo que le produjo un orgasmo metafísico.
-Muy simple, muy simple... –refunfuñó una vez recuperada-. Perfectamente, pero, ¿qué diablos es? ¿De qué se trata, maldita sea, la repuna avant-garde que los remil retiró?
-Te lo diré, pero no es estrictamente necesario que eches pestes -replicó Maquiavelo, que tenía un hermano en el Vaticano-. El problema, querida Blancanieves, es que el arreglo que pactamos contigo no hace mucho nos resulta cada vez más difícil de cumplir.
-¿Y eso por qué? -dijo la Bella, rascándose la oreja izquierda con una vara de bambú que le produjo un orgasmo sintoísta.
-Porque -confesó Maquiavelo- cada vez que los tres afortunados estamos o están trincando con Vuestra Gracia, y perdón por la honestidad de la expresión, los otros cuatros están o estamos más aburridos que si estuviéramos, estuvieran o estuviesen bailando con la hermana.
-¿Con la hermana de quién?
-Con la hermana de nadie; es sólo una manera de decir que nos aburrimos o se aburren terriblemente.
Blancanieves se rascó la hermosa cabeza con la uña encarnada del dedo índice de su mano izquierda, ocasionando en el proceso la emisión de extraordinarias cantidades de seborrea, las cuales fueron a indundar los alrededores, generando en varios de los enanos alergias, urticarias y comezones de variados niveles de gravedad.
-Pero cómo -se asombró Blanca-. ¿Ahora resulta que no les gusta darse entre ustedes?
Los enanos denegaron con la cabeza.
-¿Quiere ese estúpido gesto decir que no? -insistió la Bella.
Los enanos volvieron a denegar.
-¿Y entonces qué carajo quiere decir?
El Cazador, que a pesar de su apariencia y de su oficio era el más tímido, respondió:
-Que nos gustaba más como era antes.
Blancanieves se agarró sus pelos de ella y empezó a tirar de ellos con todas sus fuerzas, que no eran despreciables.
-¡Que les gustaba más como era antes! ¡Que les gustaba más como era antes! ¿Y entonces de qué demonios se quejaban, malditos renacuajos metesaca?
-Perdónanos, Blancanieves -dijo Rinaldo, contrito e incluso un tanto sancochado-. El enano promedio es así: no sabe valorar lo que posee hasta que lo ha perdido. Pobre de él.
Blancanieves abrió unos ojos como huevos de avestruz de la Patagonia.
-¿Y eso qué demonios quiere decir?
Como un solo enano, los enanos se miraron, se pusieron de pie y cantaron a coro:
-¡Que volvamos a hacerlo como en los buenos viejos tiempos!
Blancanieves no lo podía creer.
-¿Quieren decir -suspiró, emocionada- que desean volver al antiguo sistema del enano-por-día, que por lo poco que entendí tan pocas satisfacciones les brindaba?
-¡No, no, no! -protestaron en masa-. ¡Sólo que no supimos valorar lo que teníamos! ¡Un día entero de la semana para cada uno con la maravillosa Blancanieves! ¿Podríamos volver?
A Blancanieves dos lágrimas le rodaron por las mejillas. La emoción le había dado un poco de hambre, es verdad, pero se lo aguantaba. Ya habría tiempo de cenar. Antes tendría que responder al clamor del alma de los enanos.
Meneando dulcemente sus rubios rizos, enterneciendo sus ojos grises o tal vez glaucos, los miró uno por uno, expresando con esa mirada mil cosas, o tal vez muchas más, y con la voz más tierna del universo les dijo:
-No.

3 comentarios:

  1. Qué lindo que está el blog. Y qué histéria entre esos enanos y Blancanieves jajajaja!. Excelente! Mis felicitaciones Ale.

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  2. Ale...genio!!!!!..majo

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