jueves, 31 de marzo de 2011

MICROCUENTOS PROFANOS

BARRIENDO LA VEREDA

Quién lo hubiera pensado, tan serio que parecía ese muchacho. Aunque ese pelo largo y esa barba... Pero, la verdad, tenía cara de no matar ni a una mosca.
En fin, algo habrá hecho. ¿Me acompaña a la crucifixión, doña Raquel? Es este viernes, a la tardecita.


LA LETRA CON SANGRE ENTRA

—Tú eres Pedro —le dijo—, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Él hablaba en parábolas, por cierto; pero sus discípulos, hombres rudos e ignorantes que no entendían de sutilezas, tomaron literalmente sus palabras.
La tradición lo niega, por supuesto, falsea los hechos por cobardía o por pudor.
Pero en verdad os digo, así fue como murió Pedro, aplastado por el peso de la fe.


PREGUNTANDO SE APRENDE

—No comprendo la realidad —le dijo el hombre a Dios, cuando tras mucho esperar lo pudo ver—.  Por favor, ¿me podrías enseñar?
—No te molestes —le respondió el Señor, señalando hacia arriba con un gesto mecánico de Su mano—; tampoco Él la comprende. Hace ya mucho, mucho tiempo, cuando tras largo esperar lo pude ver, Yo le pedí lo mismo que tú a Mí. Y Él, señalando hacia arriba con Su mano, me respondió lo mismo que Yo a ti.


PADRE E HIJO

Apoyó Su gran mano en el hombro de su Hijo.
—Algún día, hijo mío —le dijo con amor—, todo eso será tuyo.
Y señaló hacia aquel extraño planeta verde.
—Gracias, Padre —respondió el Hijo.
Pero algo no lo convencía. Sentía (aunque sabía que eso no podía ser verdad) que su venerado Padre le estaba ocultando algo. Algo importante, algo fundamental.


 SOBRE LAS TRANSFORMACIONES GEOLÓGICAS

—La fe mueve montañas —dice Cristo, y uniendo la palabra a la acción logra enviar el monte Chimborazo a unos veinte kilómetros de su sitio original.
—Si la montaña no acude a Mahoma —dice el Profeta, un poco preocupado—, Mahoma va a la montaña.
Y se agita, desesperado, para poder alcanzar el Chimborazo; pero Cristo ya lo ha vuelto a cambiar de lugar.
Así siguen durante unos cuantos siglos, hasta que oyen la Voz de su buen Padre que los llama a tomar el té con masas.


UNA CARTA

Quisiera amarte como amo a mi bufanda, o como amo a mi vaso de fernet. Con esa furia, con esa gratuidad.
O amarte, por ejemplo, como amo a mis anteojos: con esa necesidad. O a mi ducha caliente, por esa transformación que se opera en mi ser entero con sólo pensar en ella, en su tibieza.
Amarte -¿cómo hacértelo entender?- como amo a mis piezas de ajedrez, a mis viejas pantuflas, a mi lápiz; al grillo de mi patio, a mi nogal.
Pero eres sólo Dios.


EL COMIENZO DEL FIN

El amor los unió allá, en el Edén, donde fueron felices durante cierto tiempo: sin hijos, sin palabras, alimentándose de los frutos de la tierra.
Pero un día Él los vio y sintió envidia. Robó una costilla a Adán y creó a Eva con la maestría suprema que es su sello distintivo. Y Adán se volvió hacia Eva.
Fue entonces cuando ella, la primera, la ahora desdeñada y solitaria, asumió su papel de tentadora.
Celos, seguramente; tristeza, odio, venganza.
Y es a partir de entonces que todo va cuesta abajo (palabras, culpas, ganar el pan nuestro de cada día).


PARA QUE VEAN

—¡Señor y esperanza mía! —gritaba el hombre en medio del desierto—. ¿Es posible que me hayas abandonado?
Llevaba ya muchos días sin probar agua o bocado. Para decirlo de modo delicado, su fin se aproximaba calzando botas de siete leguas.
—¿Es que no existes, Dios mío? —increpó al cielo—. ¿Acaso eras sólo una mentira?
Y entonces Dios, que sí existía y lo escuchaba, acarició suavemente un par de cumulus nimbus hasta hacerles alcanzar unas deliciosas tropopausas y le envió al pobre hombre un rayo de los mejores, que lo dejó sin habla en menos que canta un gallo.
—Y después dudan de los milagros —murmuró un buitre que se quedó a cenar.


LA REVELACIÓN

Anoche, en sueños, la Buena Nueva me ha sido revelada. Así que escuchad atentamente, hombres y mujeres y niños del mundo entero: basta de preocuparse por el pecado, basta de culpa, ya, y basta de caridad. El Cielo y el Infierno simplemente no existen; como no existen Limbo ni Purgatorio, ni Juicio Final ni Dios.
Él mismo me lo anunció:
—Libérate, hijo mío —me hablaba y sonreía—, y libera contigo a todos tus hermanos. Nada de eso existe, y mucho menos Yo.
Atónito, murmuré:
—Pero... Dios, Mi Señor…
Entonces montó en cólera.
—¡Te he dicho que no existo! —me gritó—. ¿No voy acaso a saberlo Yo, que lo sé todo? Y además... ¿crees posible que Dios pueda mentir? Así que ahora cállate de una vez por todas, ponte tu mejor sonrisa y dirígete al mundo entero a esparcir la Buena Nueva.

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