jueves, 31 de marzo de 2011

INFORME UFO


1. La teoría

En la sobremesa, en medio del impuro aroma de los puros, se discutía arduamente sobre la existencia o no de los platos voladores.
-Son tan abrumadoras las pruebas sobre el fenómeno -dijo calmadamente el Profesor Chicken, experto en Satiriasis Ortomolecular-, que me inclino a negar su existencia rotundamente.
-Sus palabras, Doctor -dijo la Condesa de Palpendorf-Verisseé, experta en paté de foie-gras al vino tinto y otras exquisiteces- me parecen, paradojalmente, un poco paradójicas.
-No se confunda usted -terció el Doctor Minué, especialista en eyaculación precoz y en carreritas de embolsados-. El Profesor, con su habitual afán por dar la nota, en realidad no cree una sola palabra de lo que acaba de afirmar con tanta seriedad. Aunque tampoco, les advierto antes de que malpiensen, cree en lo contrario.
-Pero entonces -dijo Mrs. Hog-Lagorney, especialista en el estudio de los primates y en sexo oral-, ¿en qué cree?
-Yo creo -respondió el buen Profesor- que tomaré otro vaso de este estupendo Maisson Kraft-Ebbing cosecha 1882.
Cumplido que hubo la Condesa con el pedido de su huésped, no pudo evitar decir:
-A mí el verde me mata. Quiero decir que si de verdad existen... Bueno, ustedes me entienden. El misterio es una cosa muy excitante.
-Quiere usted decir... -comenzó a insinuar el Doctor Abdunkus, famoso por su falta de interés en casi todo.
-La dama quiere decir -explicó el Profesor Chicken- que hay más de una leyenda acerca de las facultades amatorias de los supuestos habitantes de esas supuestas naves.
Todos estaban tan pendientes de sus palabras que nadie pudo advertir el objeto que descendía sobre el jardín. Parecía una sartén de tamaño gigante, y unas cosas como unos huevos fritos empezaron a descender de ella.
-¿Quiere usted decir -exclamó Mrs. Hog-Lagorney, los ojos muy abiertos-, quiere usted decir...?
-Exactamente -dijo el Profesor-. Y aun un poco más.
-No le creo -replicó Mrs. Hog-Lagorney-. Sería demasiado bueno para ser cierto.
-Como usted -agregó Minué, tratando de colocar un buen piropo, del que nadie se percató-. Pero, ¿cómo probarlo?
-Eso, eso -dijo la Condesa, un poquito de baba endulzándole la mejilla-. ¿Cómo, cómo probarlo?


2. La idea

Descorchada y bebida ya la vigésimo tercera botella de Maisson Kraft-Ebbing cosecha 1882, el Profesor Chicken afirmó:
-Yo considero que en este tipo de investigaciones lo único absolutamente determinante e irrebatible, cual heces de paloma en el sombrero de un caballero X, es la prueba experimental.
-Quiere usted sugerir... -dijo temblando un poco (no se sabía si de emoción o porque se estaba haciendo pis) Mrs. Hog-Lagorney.
El rostro del Profesor tomó un color desagradable, similar al de un cadáver no reconocido por amigos y conocidos.
-Querida señorita -replicó-, no me ofenda usted. Yo jamás sugiero. Soy un científico, ¿lo sabía usted?
-Pe-perdón -susurró Mrs. Hog-Lagorney, altamente sorprendida (medía un metros setenta y seis, y aun bastante más si tenemos en cuenta su sombrero de frutas y de flores).
-Ya hablaremos -dijo el Profesor- de la reparación correspondiente. Lo haremos esta noche, y en privado. Pero permítanme, por favor, terminar con el desarrollo de su idea.
Mientra el Profesor pensaba, esperaron durante unos treinta y tres minutos (a la ciencia hay que darle tiempo). En el ínterin, para no aburrirse, la Condesa de Palpendorf-Verisseé y el Profesor Minué se pusieron a jugar a la escoba de quince variante Sacher-Masoch, mientras Mrs. Hog-Lagorney y el Doctor Abdunkus intentaban la milanesa, un nuevo divertimento traído probablemente de los Mares del Sur que se estaba poniendo de moda entre la intelligentzia.
-¡Ya lo tengo, lo tengo! -gritó de pronto el Profesor Chicken-. Por favor, interrumpan ya mismo sus inocentes juegos y escúchenme atentamente.
No fue tan fácil, claro; en ambos casos las dos parejas habían quedado enredadas en posiciones que obviamente no era posible desarmar en cinco segundos. Pero a los diez minutos todos estuvieron sentados en sus sillitas y (aunque algunos respirando aún agitadamente) dispuestos a escuchar la última tontería del Profesor.
-La idea es ésta -dijo Chicken refregándose las manos como el avaro de Molière-. Mis arduos cálculos, realizados a lo largo de interminables años de investigación sobre el asunto, me inclinan a pensar que muy, muy pronto -y tal vez aun esta misma noche- se produzca en los alrededores -y no sería arriesgar en exceso decir en este preciso lugar- un desembarco OVNI.
-¡Ooooohhh! -dijeron todos con suma hipocresía.
-Deberíamos entonces -prosiguió el Profesor- a fin de comparar el desenvolvimiento -ejem, ejem- sexual de nuestros visitantes con el de nuestra aún retrasada especie, proceder a experimentar -jem, jem- entre nosotros, los presentes, a fin de comprobar en qué grado de evolución del conocimiento nos encontramos. Todo esto, por supuesto, tendría que ser medido y comprobado a través de elementos y maquinarias de la más alta precisión, como por ejemplo... como por ejemplo... ¿tiene usted un despertador, Madame Puffendorf? Creo que un fonógrafo también podría sernos de suma utilidad; bueno, ya pensaremos en el resto. Una vez realizado el experimento y registrados sus resultados, sólo nos restaría aguardar el asentamiento UFO, repetir la experiencia, esta vez con ayuda de nuestros visitantes, proceder a nuevas registraciones y... ¡listo el pollo!
-Qué expresión científica tan extraña -dijo el Doctor Abdunkus-. Listo el pollo... Hasta ahora yo sólo conocía aquello de Eureka, y también ergo, y quod erat demostrandum. Pero no me parece mala idea. Y a propósito, Condesa, ¿qué puede ser esa enorme cosa verde que pretende sodomizarla simultáneamente por todos lados?


3. La acción

Distraídos por la conversación, no habían advertido la llegada de aquellas cosas verdes.
-Creo que deberíamos presentarnos -dijo el Profesor Chicken, mientras dos o tres tentáculos se iban introduciendo en sus partes más íntimas. Cómo les explicaba recién a mis amigos... oh-oh...
-Profesor -dijo Mrs. Hog-Lagorney, asomando apenas la boca en medio de tres o cuatro de las criaturas verdes- creo que la primera parte de su excelente experimento es absolutamente innecesaria. Puedo dar fe de que la hipótesis ha sido ya plenamente demostrada (y eso que recién estamos empezando) ayayayayayay.
-Arf, arf -apoyó la Condesa, en lo que pareció un evidente ademán de aprobación.
Las voces del Doctor Minué y el Doctor Abdunkus eran confusas pero reveladoras. Parecían revelar desconcierto y placer al mismo tiempo. No reproduciremos aquí sus expresiones, porque tal vez alguno de sus nietos podría estar leyendo estas memorias.
Cuando el sol salió , la nave UFO remontó vuelo (o hizo lo que se supone que hacen las naves UFO) y se alejó. Abajo, en el jardín, quedaba una confusa mescolanza.


4. Las conclusiones

Estaban de nuevo en la sobremesa, en medio del impuro aroma de los puros, con el que trataban de disimular otros efluvios.
-Como bien les decía -insistió el Profesor Chicken-, son tan abrumadoras las pruebas sobre el fenómeno que me inclino a negar su existencia rotundamente.
-Sus palabras, Doctor -dijo la Condesa de Palpendorf-Verisseé- me parecen, paradojalmente, un poco paradójicas. Por otra parte, y para ser más claros, ¿se refiere al fenómeno o bien a la leyenda? Porque lo que es en relación a esta última me pareció oírle proferir, querido Profesor, y no se ofenda usted, algo como oh-oh. Tal vez se tratara de una expresión dubitativa, por supuesto, una muestra de paradojicidad. O tal vez de algo más.
-No se confunda usted -terció el Doctor Minué-. El Profesor, con su habitual afán por dar la nota, en realidad no cree en una sola de las palabras que ha pronunciado desde su nacimiento. Incluidas, por supuesto, sus famosísimos oh-oh. Considero que sólo quiso refregarnos por las narices que, aun siendo un estudioso, es un podridísimo sibarita, tanto o más que cualquiera de nosotros, un decano o vicedecano del placer.
-Pero entonces -dijo Mrs. Hog-Lagorney-, ¿cuál fue, en definitiva, la verdadera naturaleza de su famosísimo oh-oh?
-¡Pero querida! -replicó la Condesa Palpendorf-Veriseé-. La misma, exactamente, que la de tus vulgarísimos ayayayayayayay.
-¡Así que mis vulgarí... así que mis vulgarí... habráse visto! -se sulfuró Mrs. Hog-Lagorney-. ¿Y qué diremos, entonces, de ciertos raros arf-arf que parecen haberse oído en esta triste, decadente, polvorienta...?
-Vamos, chicas -dijo el doctor Abdunkus-. Dejad las pequeñeces para ocasiones más importantes, que son las que las merecen. Ahora lo más urgente es que decidamos qué diremos a esa maldita prensa.
-Es muy sencillo -dijo Minué, que siempre tenía una respuesta para todo (una respuesta siempre equivocada)-. Si dijéramos la verdad, la esotérica verdad, correríamos el riesgo de que nos tomaran por locos, por mentirosos, por depravados xenofílicos o, lo que es más probable, por todo eso a la vez.
-Pero entonces, ¿qué nos sugiere? -exclamó la Condesa.
-Sugiero -dijo Minué- un par de botellitas de este Michel de la Montaigne cosecha 1843, que está para relamerse. Eso como prolegómeno, por supuesto, de actividades más interesantes que andar bebiendo como unos borrachines.
-¡Apruebo, apruebo! -exclamó Mrs. Hog-Lagorney con entusiasmo mientras se desabrochaba la pollera-. Una idea genial. Aunque mucho me temo -una sombra de melancolía cruzó su rostro- que en comparación con algo que he vivido no hace mucho, cualquier otra experiencia será sólo la sombra de la sombra de una sombra.

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