miércoles, 30 de marzo de 2011

FUISTE, SAN VALENTÍN



LA RISA, REMEDIO INFALIBLE

—¿De qué hablás? ¿Una invasión extraterrestre? —Carolina me mira burlonamente—. No me hagas reír, querido.
—Sí —le respondo con crueldad, y la hago reír hasta la muerte.
Y así vamos conquistando este planeta.


FOREVER

Es ella, por fin, es ella, pensó él mientras admiraba la magia de su cuerpo, sus ojos, su sonrisa, todo en medio de las burbujas del champagne, de aquella preciosa música, de la algarabía de la gente que danzaba y reía, desenfrenada; la que siempre he esperado, la mujer a la que voy a amar toda mi vida. Nunca lo hubiera creído, se dijo, sorprendido, si alguien le hubiera dicho que aquello iba a ocurrir, cuando hacía unos pocos días había abordado con solitario pie la gigantesca cubierta del Titanic.


LOVE STORY 7

Sus miradas se cruzaron en un bar. Él le sonrió; ella le respondió.
Él se acercó a su mesa. Hablaron. Simpatizaron. Ambos eran muy pobres, muy feos y muy negros. Fue amor a primera vista. Muy pronto comenzaron a hacer planes.
Iban por lo mejor cuando una cartera de mujer la convirtió a ella en papilla sin más trámite.
Él, que pudo escapar a tiempo, alcanzó a oír, temblando, una voz femenina que decía:
—¿Te das cuenta, Renato? ¡Y tan limpio que parecía este lugar!


SHE LOVES YOU, YEAH, YEAH, YEAH…

—Te amo —dice ella, mirándolo a los ojos hondamente.
Un guiño leve, casi imperceptible, le hace saber que la Otra, desde el fondo de las pupilas de su amante, la ha escuchado.


POR FIN SOLO

—No somos nada —murmuraba Leticia, llorando a moco tendido sobre el féretro.
—Tenés razón, querida —le respondí.
Le di un cálido abrazo y salí por la ventana, libre al fin de mi cuerpo y de Leticia.


LLAMADA

—Bueno, voy para allá —dijo él.
—Te espero —le respondió ella, y cortó. Su voz era muy dulce, inquietantemente dulce.
El hombre sintió miedo. Supo que ese momento era el filo de un abismo; supo, también, que no dejaría de ir. Poniéndose el abrigo, se despidió para siempre de su casa y tomó el camino que lo conduciría al cementerio.


UN PASITO DE MÁS

Se acababan de conocer. No hacía diez minutos que las manos extendidas en instintiva solicitud de auxilio se habían, inesperadamente, hallado. Sin palabras, habían comprendido. Y allí estaban ella y él: un cuadro conmovedor, con sus manos entrelazadas y sus bastones blancos. Él dio un súbito paso hacia adelante, como si la impulsara hacia la vida.
-Con razón dicen que el amor es...
No acabó la frase. De pronto fue el estrépito del metal y los gritos de la gente que se acercaba.


LA ÚLTIMA VOLUNTAD

Se sentaron sobre mí e interrogaron a mi marido cortés pero largamente. Nuestra relación, las últimas palabras que habíamos cruzado, sus más ínfimos movimientos tras mi desaparición. Él mintió, por supuesto: qué iba a hacer. Y ya se retiraban, exhaustos y deprimidos, cuando un débil quejido, fruto de mi última voluntad, la de justicia, les advirtió que mi cuerpo estaba allí, prolijamente embutido en el sofá.


LA DESCONTENTA

Nunca hubiera esperado que fuera así.
Cuando una es joven y está en busca del amor, desvelada y ansiosamente lo inquiere en cada gesto y en cada circunstancia, cree -o, mejor dicho, sabe- que cuando haya llegado, cuando haya al fin llegado, nada habrá que se le pueda parecer, y que ante su presencia el alma de una se encenderá como una hoguera.
Sueño descabellado, ilusión vana. Ahora que por fin me he unido a él la rutina envenena cada instante y su indiferencia hiere mi corazón como una lanza. Mi sueño ha muerto irremediablemente.
Pero no le va a ser así de fácil. Atada a él para siempre, como estoy, el día que por fin lo pueda ver tendrá que responder por mi ilusión.
Mi pequeña venganza, mi único consuelo mientras paseo triste por el huerto bajo la mirada preocupada de la Madre Superiora.

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