jueves, 5 de mayo de 2011

EL CASO DE LA DAMA QUE NO ACABABA DE ACABAR


1. Mr. Sweeney y Clarissa toman el té

-Oh -dijo Mrs. Sweeney a su compañera, entre tímida y compungida-. Creo, querida Clarissa, que acabo de terminar.
Clarissa hizo un mohín ante el poco ortodoxo apresuramiento de su amiga, que ni un hambre descomunal debería haber justificado.
-Te serviré más té -respondió, tratando de ser amable-. Y otro alfajor de maicena.
Mrs. Sweeney negó con su cabecita.
-No, Clarissa, querida mía -explicó-; creo que no me has comprendido en absoluto. Dije bien clarito que acabo de terminar. Tuve un... acabo de tener...
-Un eructo -insinuó Clarissa, intentando colaborar.
-No, nada de eso -Mrs. Sweeney se impacientaba-. Acabo de tener un precioso... un gran...
Súbitamente una sospecha pavorosa turbó la ya turbada paz del rostro de Clarissa. Con un gesto instintivo, sorprendente, retorció su propio apéndice olfativo y acto seguido exclamó con acento gutural:
-¡No me igas e te as irado un... e te as irado un...!
Mrs. Sweeney hizo un gesto desesperado. O tal vez fuese un gesto inesperado.
-No, Clarissa, no me he tirado nada. Intentaba contarte que he tenido un orgasmo.



2. Donde no hacen falta las Tablas de la Ley

Ahora las manos –todas las manos- de Clarissa obturaban simbólicamente sus oídos.
-Por el Cielo, no quiero oír. ¿Que has tenido un qué?
-Un orgasmo -dijo Mrs. Sweeney-. ¿Qué quieres que haga?
-No te copio -adujo Clarissa-. ¿Qué es eso que dices haber tenido? ¿Un Erasmo? ¿El de Rotterdam, quizás?
-¡Un orgasmo! –casi vociferó la pobre Mrs. Sweeney-. ¡Pero así, con las manos en los oídos, no vas a poder oírme nunca!
-¡Aaaahhhh... así que eso era, un simple espasmo! -dijo Clarissa compavisamente-. ¡Oh, por Dios, pobre amiga! Ya mismo llamaremos a ese amable mozo, el que se parece tanto a Charlton Heston haciendo de las Tablas de la Ley, y le pediremos que nos consiga de inmediato un antipirético, un ansiolítico, un antihemorróidico o lo que sea adecuado en estos casos. Él sabrá. ¡Señor mozo...!
-Clarissa –interpuso Mrs. Sweeney, bajando dulcemente las manos de su amiga de sus oídos de ella (de su amiga), mirándola duramente a los ojos o en los ojos o como diablos sea que se diga y explicándole por fin con franca ferocidad-: No hace ni la más mínima falta que llames a las benditas Tablas de la Ley.
-¿Y por qué? -preguntó Clarissa, semiofendida pero ya con las manos sobre la mesa-. Sólo quiero ayudarte. O algo así.
-Porque -respondió Mrs. Sweeney con voz extática- lo que acabo de tener no es un Erasmo, ni un espasmo, y mucho menos un marasmo. Lo que acabo de tener es un increíble orgasmo.



3. Peor, mucho peor aún

-Ah, bueno -dijo Clarissa, intentando aparentar indiferencia-. Yo también solía tener, algunas veces. Con Adelmo, de vez en cuando...
-Pero Clarissa -replicó su amiga y compinche de juergas en el jardín de infantes-, ¿no te das cuenta de que esto es diferente?
-¡Ah, claro, claro, como siempre, así tenía que ser! ¡Es diferente porque le pasa a ella! La pequeña Clarissa no es capaz...
Mrs. Sweeney se frotó las manos con nerviosismo, sin darse cuenta ni por asomo de que en el proceso se las iba embadurnando prolijamente con una buena porción de mermelada de frambuesa que había quedado acechando en un platito.
-Escúchame, Clarissa -suplicó-. No es distinto porque se trate de mi persona. Yo no soy más que tú, salvo por detalles minúsculos y hasta podría decirse baladíes como la elegancia, la belleza, la simpatía, la fortuna, la inteligencia, minucias de ese tipo, que a fin de cuentas no hacen a la estatura espiritual de una persona y que no van a diferenciarnos a la hora de acceder al Paraíso. Lo que lo hace diferente, querida amiga, es que... ¡me pasa todo el maldito tiempo, bendito sea Heráclito!
Con una rara mezcla de envidia y desconcierto, Clarissa pareció reflexionar.
-Bueno, ejem -replicó-. Yo hubiera dicho más bien “todo el bendito tiempo, maldito sea Heráclito”.
-No supongas -Mrs. Sweeney se autocompadeció- que es todo lo maravilloso que parece. Hace apenas un instante, por ejemplo, acabo de terminar mirando a esa tetera. Otras veces se trata de un automóvil, y en ocasiones incluso de un insecto.
-Todos símbolos fálicos -sentenció Clarissa.
-No creas -dijo su amiga-. A veces ha bastado con un plato de sopa. ¿Puede un plato de sopa ser visto o considerado como un símbolo fálico?
-Depende del ángulo –arguyó Clarissa.
-¿De qué ángulo hablas?
-Del ángulo desde el que se lo mire, obviamente.
-¿Al plato de sopa?
-O al mozo que lo trae.
-¡Pero a ese plato de sopa no lo trajo ningún mozo! ¡Me lo sirvió mi mamá en su propia casa!
Clarissa silbó sibilinamente. O bien, para abreviar, sibilinó.
-Peor, entonces -murmuró-. Peor, mucho peor aún.



4. Reincidente desliz de Mrs. Sweeney

Mrs. Sweeney se encontraba al borde del llanto hecho y derecho.
-¿Sugieres acaso -hipeó- que mi santa madre...?
-Yo no sugiero -dijo Clarissa, imperturbable-. Sólo afirmo.
Dos lágrimas bajaron por las mejillas de Mrs. Sweeney y fueron a entremezclarse con la mermelada de frambuesa que había en sus manos.
-¿Afirmas entonces –lloriqueó hiperventilando- que mi casta y beata madre...?
-Exactamente –la interrumpió Clarissa-. Ni yo misma lo hubiera dicho mejor.
-Por Dios -dijo Mrs. Sweeney con una extraña expresión en el entrecejo.
-¿Tanto te sorprende? -apuntó Clarissa-. Los estudios de Freud demuestran con claridad...
-¿Sorprenderme? Nada de eso. Es que acabo de terminar de nuevo.



5. Mi nariz, mi nariz

Ahora la que estaba a punto de llorar era Clarissa.
-¡Oh, basta, por favor! -gritó furiosa-. ¡Así no hay té que se pueda disfrutar! ¿Qué fue esta vez?
-Un orgasmo. Un precioso orgasmo.
-¡Ya lo sé, especie de peineta con apariencia humana! ¡Lo que te estoy preguntando es qué fue lo que lo indujo esta maldita vez!
-Yo... yo...
-Confía en mí.
-Clarissa, no me atrevo...
-¡Atrévete, por Erasmo!
-Está bien. Fue tu nariz.
Clarissa llevó sus manos hasta el órgano aludido.
-¿Mi nariz? –repitió, incrédula-. ¿Qué le pasa a mi nariz?
-Tu nariz provocó mi orgasmo. Tal vez sea ese nuevo retorcimiento que ahora advierto...
Clarissa estaba no menos horrorizada que un langostino en medio de un restaurante.
-¡Mi nariz! ¡Mi nariz! –no dejaba de redundar-. ¡Así que mi nariz!
De pronto Mrs. Sweeney se largó a llorar tan desconsoladamente que su amiga acercó a su rostro una mano cuasi diríase acariciante.
-¡No lo hagas, por favor! -gritó entonces Mrs. Sweeney-. ¡Podría provocarme un nuevo... oooooooohhhhhhhhhh!
-¿Qué sucede? -Clarissa ya no sabía a qué santo o demonio encomendarse.
-Acabo de tener otro.
-Pero no es posible que el solo roce de mi mano...
-Para nada. Esta vez fue tu perfume.
Clarissa se hallaba profundamente impresionada, pero no por eso dejaba de ser lo que siempre había sido: una persona práctica y decidida.
-Está bien, está bien -dijo con nerviosismo, como a veces suelen hacer las personas prácticas y decididas-. Enfrentemos el tema. Desmenuzémoslo desde todos los ángulos posibles, analicemos qué posibilidades...
-¡Qué posibilidades! -Mrs. Sweeney lloraba como si nunca lo hubiera hecho en su vida-. ¡Qué posibilidades! ¡Mi querida Clarissa, soy un caso perdido! No sólo soy, evidentemente, la más terrible ninfomaníaca que haya pisado jamás este planeta sino que por otra parte, por otra parte...
-¿Por... atrás también? -preguntó Clarissa curiosamente.
-¡No, idiota! ¡Sólo quise decir que por otro lado...!
-¿Por la boca?
Mrs. Sweeney ya estaba próxima a la vulcanización.
-Escucha con atención, y deja ya de interrumpirme a cada instante con cualquier estupidez. Sólo quiero decir que cualquier cosa, cualquier objeto del mundo material, mental y aun espiritual es susceptible y/o capaz de provocarme un regio, brutal, envidiable orgasmo. ¿Seré acaso una anormal?
-Bueno -dijo Clarissa, contemporizando-, tal vez yo no lo diría del mismo modo. Las perversiones y los comportamientos psicopáticos suelen hundir raíces en los años más remotos de nuestra infancia...
Mrs. Sweeney se llevó una horrorizada mano a una boca no menos horrorizada, enchastrándose la barbilla en el proceso.
-¿Quieres decir que tu amiga de la infancia, o sea yo, ha resultado ser no sólo una perversa sino también...?
-Bueno, no exactamente. Las anormalidades psico-fisiológicas, consideradas desde el punto de vista de la Gestalt...
Mrs. Sweeney miró a Clarissa glacialmente.
-Mi ex-amiga -le dijo con firmeza-. Te invito amablemente a que te retires ya mismo de esta mesa. Ah, y no olvides pagar los dos cafés. O cafeses, o como diablos sea que se diga.
-Pe-pero...
-Pepero las pelucas. Te hago una confidencia y me catalogas como perversa anche psicópata. Abro ante ti los abismos de mi alma y eso te alienta a calificarme de anormal. ¡No, por favor, no abras esa billetera!
-Pero... estoy por pagar la cuenta...
-Oooooohhhhhhhh -replicó ardientemente Mrs. Sweeney-. Bueno, ahora que has empezado ya no pares. Sigue abriendo esa billetera, amiga mía. Ooooooohhhhhhhhh......

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