jueves, 7 de abril de 2011

LA ADRIANA

Mamá volvió del hospital hace una semana, el viernes a la hora de la siesta. Entró por la puerta del fondo; yo estaba leyendo en el comedor, la Pocha dormía y papá todavía no había vuelto del trabajo. Estaba distinta, mucho más flaca pero también rara, hasta la sonrisa y la mirada le habían cambiado. A mí me traía un juego de damas y a la Pocha una muñeca negra, que cuando la Pocha se despertó y la vio se largó a llorar porque era negra y no le gustaba. A mí me dio una bronca bárbara, porque está bien que la Pocha sea chica y no entienda nada de esas cosas, pero mamá recién salía del hospital y había estado muy enferma, cómo iba a largarse a llorar porque la muñeca no le gustaba. A mí también me hubiera gustado más un juego de ajedrez que uno de damas, porque yo ya aprendí a jugar mirándolos al Eduardo y al Rubén y todavía no tengo el juego; pero no por eso le iba a hacer ver a mamá que el regalo no me gustaba, ella que se había preocupado tanto por traernos algo con lo enferma que estaba.
Después mamá me dijo que la dejáramos dormir tranquila a la Pocha y me llevó a la cocina; y mientras corría las cortinas empezó a decirme que cuando llegara papá le avisara que ella se había ido a acostar porque tenía que hacer reposo, pero después se arrepintió y me dijo que no, que mejor no le dijera nada así le daba una sorpresa. Así que cuando ella se fue a su pieza yo me senté en el sofá grande del comedor y me puse a leer el Anteojito de esa semana, que todavía no lo había terminado. De a ratos me acordaba de la cara que había puesto la Pocha cuando mamá le dio la muñeca y cómo se había largado a llorar, y me agarraba una bronca tan grande que me daban ganas de entrar a la pieza y cachetearla ahí nomás, pero seguro que la estúpida se iba a largar a llorar como hace siempre y la iba a despertar a mamá.
Cuando iba por la última página del Anteojito sentí que se abría la puerta de adelante y que entraba papá. Parecía muy contento, porque apenas me vio me dio un beso y empezó a contarme que esa tarde nos iba a llevar al río, y que había traído un kilo de duraznos así a la vuelta preparábamos un licuado de durazno con leche que tanto nos gustaba a la Pocha y a mí. Yo al principio me puse loco de contento, pero después me acordé que había venido mamá y enseguida me di cuenta de que ahora no íbamos a poder ir nada al río. Iba a contarle todo a papá pero ahí nomás me acordé de lo de la sorpresa y no le dije nada, así que recién se dio cuenta cuando abrió la puerta de la pieza mientras se aflojaba la corbata; escuché que gritaba algo y después cerró la puerta de un golpe.
Cuando salió de la pieza estaba raro, ya no sonreía como antes y a mí me pareció raro que no estuviera contento; yo estaba un poco triste porque no íbamos a poder ir al río pero cómo no iba a estar contento él ahora que mamá había vuelto a casa. Nos llamó a la cocina a mí y a la Pocha, que hacía un ratito que se había levantado, y nos dijo que de ahora en adelante teníamos que hacer siempre mucho silencio porque mamá necesitaba descansar, y también que no teníamos que entrar más a la pieza de los grandes. Después nos dijo que eso era todo y que nos podíamos ir, y él se quedó sentado a la mesa de la cocina, mirando el paquete de duraznos que había traído.
Yo me fui al patio a jugar con la Adriana, porque a esa hora ya podíamos salir, y la Pocha se quedó en la pieza haciéndose la que cosía ropas para las muñecas. La Adriana estaba un poco triste y a mí me pareció que era porque se había dado cuenta de que yo estaba triste, se quedó quieta y callada y no como otras veces que tiene ganas de jugar y corre y salta por todos lados. En el cielo había unos nubarrones grises y enormes y yo me di cuenta de que ya se iba a largar a llover, así que cuando empezaron a caer las primeras gotas le dije a la Adriana que se fuera rápido antes de que la agarrara la lluvia y yo me metí adentro.
Papá no se había movido de la mesa de la cocina y la Pocha estaba dale que dale con sus pavadas de las muñecas, así que yo me recosté en mi cama y me puse a leer Robin Hood, que lo había empezado esa mañana. La ventana estaba abierta y entraba un airecito fresco pero yo me sentía raro, como si me asfixiara. Al principio me pareció que era por el tiempo, porque casi siempre que hay tormenta y empieza a llover siento como si me ahogara y no puedo aguantar el olor de la tierra mojada; pero después me di cuenta de que no, de que lo que pasaba era que estaba pensando en mamá encerrada allá en su pieza, y me daba lástima pensar que debía estar sintiéndose muy mal porque la ventana que hay esa pieza es chiquita, y con las puertas cerradas no debía correr nada de aire.
Para colmo en ese mismo momento la Pocha empezó a llorar porque se había pinchado un dedo con una aguja, y yo me acordé de lo de la muñeca y me dio tanta bronca que ahí nomás me levanté de la cama y le di unas buenas bofetadas; entonces la muy estúpida se puso a llorar a los gritos, y de repente se abrió la puerta y apareció papá.
Yo no sabía qué hacer, me quedé quieto mirándolo pero al ratito ya no le pude aguantar más la mirada y bajé los ojos, y entonces él empezó a decir con la boca apretada como hace siempre que está muy enojado, que si no acababa de decirnos que teníamos que hacer silencio porque mamá necesitaba reposo, y si no íbamos a aprender nunca a entender las cosas por las buenas. Ahí nomás yo me di cuenta de que nos iba a cascar así que me tapé la cara con las manos pero fue peor, porque a mí me pegó hasta que se cansó y a la Pocha, que ya había soltado el llanto de nuevo y lo único que hacía era llorar y llorar, le pegó nada más que dos o tres cachetadas y después se fue.
Ahora estaba lloviendo fuerte, y yo cerré la ventana para que no entrara agua y me acosté. Pasó un rato largo antes de que pudiera dormirme, porque estaba muy nervioso y daba vueltas y más vueltas en la cama; y cuando al fin me dormí tuve un sueño muy raro y horrible. En el sueño mamá había vuelto del hospital y se había acostado en su cama, y yo entraba en la pieza con la Pocha aprovechando que papá estaba en el trabajo. Ahí empezaba la parte más horrible del sueño, porque mamá estaba muerta y nosotros nos dábamos cuenta enseguida, pero igual nos quedábamos en la pieza y conversábamos con ella como si hubiera estado viva. Eso era lo más raro, que mamá estuviera muerta, con la cara huesuda y pálida como los muertos, y no se moviera pero igual hablara con nosotros, y la Pocha y yo ahí lo más tranquilos. De repente oímos que la puerta de adelante se abría, y entonces mamá nos dijo que nos fuéramos, porque había llegado papá y no tenía que encontrarnos con ella. Nosotros salimos de la pieza sin hacer ruido y nos quedamos sentados en la cocina, mirando una bolsa de papel gris igual a la bolsa en la que papá había traído los duraznos, pero nosotros sabíamos que en esa bolsa estaba la muñeca negra que mamá le había traído a la Pocha; y de repente me agarró una bronca bárbara y empecé a mirarla a la Pocha, ella al principio se reía pero después se puso muy seria y bajó la mirada, y entonces yo empecé a pegarle en la cara y cuanto más lloraba más le pegaba, hasta que al final me cansé y me fui a buscarla a la Adriana, y en ese momento el sueño se terminó. Entonces sentí que alguien me estaba sacudiendo las colchas de la cama, y cuando abrí los ojos vi que era mamá, que estaba muerta y me miraba con una cara espantosa. Me empezó a temblar todo el cuerpo, y en ese momento me desperté; y aunque mamá ya no estaba ahí, yo no podía creer que todo eso había sido solamente un sueño, y todavía tenía el cuerpo tembloroso y caliente.
Por la ventana ya empezaba a entrar la luz del sol, y como no tenía más sueño me levanté y me vestí. La Pocha estaba dormida. Sin hacer ruido fui al baño y me lavé la cara, y después salí al patio. Como el auto no estaba en el garaje me di cuenta de que papá ya se había ido al trabajo, y entonces la fui a buscar a la Adriana y la llevé adentro. Le dije que me esperara y la dejé en la cocina, y después entré de nuevo a la pieza y la desperté a la Pocha a los cachetazos. La miré como la había mirado en el sueño y le dije que ahora mismo iba a ir a la pieza de mamá y le iba a decir que la muñeca le había gustado mucho, y después le iba a dar un beso. A la Pocha se le cerraban los ojos del sueño que tenía y empezó a decirme que no, que no iba a ir nada, pero yo la levanté de la cama y empecé a cachetearla de nuevo, y le dije que fuera ya mismo porque si no le iba a seguir pegando. Entonces la Pocha se puso los zapatos y yo la acompañé hasta la cocina y la dejé que entrara a la pieza de mamá. Con la Adriana la escuchamos a la Pocha que hablaba con mamá, y enseguida salió y se fue para la pieza sin mirarme. Estaba muy pálida. Entonces la agarré a la Adriana y le abrí la puerta para que entrara ella también a saludarla a mamá. Yo le había dicho que volviera enseguida, pero pasó un rato largo y la Adriana no volvía, así que cerré la puerta y me fui a jugar al patio pensando que ella después iba a salir por la ventana y me iba a ir a buscar.
Cuando llegó papá la Adriana todavía no había aparecido, así que yo me fui a la cocina a ver si aprovechaba para salir cuando papá abriera la puerta de la pieza; pero papá entró y cerró la puerta enseguida, y al ratito nomás salió de nuevo corriendo y se fue para afuera. Después oí que ponía en marcha el auto y se iba.
Después ya no me acordé más de la Adriana porque empezó a caer un montón de gente a casa, primero papá con el médico, que yo lo conocía porque me había atendido cuando estaba con la hepatitis, después la señora de al lado, que se quedó en la pieza con mamá y con el doctor mientras papá salía de nuevo. Al rato la señora de al lado nos agarró a mí y a la Pocha y nos llevó a nuestra pieza. Después nos dijo que nos quedáramos ahí y que no saliéramos por nada, y antes de irse nos acarició la cabeza a los dos. Yo vi que tenía los ojos llenos de lágrimas.
Después me quedé dormido, así que no me acuerdo de nada más hasta que papá entró a la pieza y nos dijo que nos laváramos y nos peináramos. La casa estaba llena de gente, pero todos hablaban despacito, en murmullos. Yo de lejos lo vi al Beto, el de la esquina, que estaba en el living tomado de la mano de su mamá, pero papá me tiró del brazo y me dijo que me apurara. Entonces nos lavamos y nos peinamos y papá nos llevó al living, donde estaba toda la gente. Habían sacado todos los muebles y justo en el medio había un cajón de muerto con cuatro velas enormes alrededor. Papá la dejó a la Pocha con la señora de al lado y me agarrró a mí en brazos y me llevó hasta el cajón. Adentro estaba mamá, y el corazón me empezó a latir fuerte porque tenía la misma cara que cuando yo había soñado con ella, una cara esquelética y pálida, pero ahora tenía los ojos cerrados. Le habían rellenado la boca y los agujeros de la nariz con algodón, y yo de repente vi que el algodón de la boca se le movía como si alguien lo empujara desde atrás, se corría un poco y empezaban a asomar unas patitas negras y finas, y entonces me agaché sobre el cajón y saqué el algodón de donde estaba para que pudiera salir la pobre Adriana, que se debía estar asfixiando ahí adentro.

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