martes, 12 de abril de 2011

¿SABÉS QUIÉN SOS?

 

LA EXCEPCIÓN QUE CONFIRMA

 Aquel hombre tenía tantos amigos que el día que murió la casa donde se realizaba su velorio desbordaba de gente por todas partes, y el cortejo que lo acompañó hasta el cementerio parecía un ejército infinito.
Pero todo eso sólo fue posible debido a una persona: su único gran error (o gran acierto): el único enemigo, solo pero implacable, que fue el que apretó el gatillo.

 ALQUILER

 A causa de la crisis he debido alquilar. Ya tengo a una pareja viviendo en los pulmones, a un viejo jubilado en el estómago y a un estudiante en cada extremidad.
A veces me molesta el exceso de compañía; pero luego, reflexionando, me consuelo: esto al menos me ayuda para ir tirando.
El problema es que así y todo el dinero rinde menos y menos cada vez. No quiero ni pensar en el momento en que tenga que alquilar también lo de aquí arriba.
Entonces será el fin de mis últimos restos de independencia: a partir de ese instante todas las decisiones deberán ser compartidas, y no me extrañaría que la primera de ellas vaya a ser, a causa de la crisis y la escasez de espacio, mudarnos a algún cuerpo a alquilar lo que podamos -un brazo, un esófago, un riñón-, tal como le ha ocurrido a toda esta pobre gente que ahora vive en mí.
 

HOMO VERBAL

Se sabía por momentos más verbo que sustantivo, y en otros aún -pocos- meramente adjetivo. ¿Artículo? Una o dos veces en toda su existencia: pero, eso sí, siempre determinado. Pronombre personal, más de una vez. También -debía reconocerlo- complemento de tiempo, de modo, de lugar. ¿Qué era lo que él no había sido? Pero, en definitiva, como dijo aquel día uno de sus amigos: -Fue.
  

ESPEJO ENGAÑO

Desde el espejo un anciano lo miraba. Al principio no se reconoció. ¿Sería posible que ése fuera él? La imagen que tenía de sí mismo era la de alguien joven, con algo aún aniñado en la mirada. Pero ahora...
Parpadeó y volvió a mirar. Ahora lo contemplaba una mujer. Pero... ¿entonces? Aquel era un espejo muy extraño. ¿Cuál era la respuesta a aquel enigma?
Pensó en vidas anteriores; en fantasmas. Tejió mil teorías; ninguna lo satisfizo.
Hasta que al fin, de pronto, cayó en cuenta: aquello -¡tonto de él!- no era un espejo: era sólo el vidrio de una ventana.
Volvió a mirar, suspirando con alivio.
Y ahora sí, definitivamente, enloqueció, al ver que desde el otro lado de la ventana su propio rostro, el de aquel joven con algo aún aniñado en la mirada, lo contemplaba con estupefacción.
 

PRESO

Preso, irremediablemente.
Preso en este cerebro alrededor de cuyas circunvoluciones giro, terca mula en su noria, repitiendo, incesante, idénticos errores y el mismo sufrimiento.
Preso aquí, en este cuerpo, esclavo a cada instante de sus burdas necesidades y deseos.
Preso en este sistema que sólo me deja ser un obsecuente esclavo o un pobre marginal.
Preso, al fin, de tus ojos que me leen, de esos ojos a los que necesito, irremediablemente, contarles mi condena, para al menos sentir que comparto mi prisión.
¿Cuál, entonces, mi única posible libertad? ¿Ser otro, por ejemplo?
¿Ser éste que de algún modo sale y mira, me contempla escribir y a vos leerme, riéndose (él sí verdaderamente libre porque no necesita de mis palabras ni de tu comprensión) de estos dos prisioneros, quien escribe y quien lee, reflejos uno de otro en espejos sin final?

HOMBRE-REFRÁN

     Dios aprieta pero no ahorca, se decía. Hay que desensillar hasta que aclare; y también Ya vendrán tiempos mejores. Una voz insidiosa le respondía: Sobre llovido, mojado, Del árbol caído todos hacen leña, e inclusive Del fuego a la sartén. Y así se iban sus días entre una y otra voz, creyendo y descreyendo, dudando, suspirando. Fue libre al fin cuando una tercera voz, bastante más poderosa que las otras, lo despertó una noche y le anunció: Todo bicho que camina va a parar al asador.

Q.

 Cada uno de los hombres que he sido en cada momento de mi vida ha continuado su existencia, independiente de la de los demás.
Todos ellos viven ahora en un planeta al que he llamado Q.; su convivencia es a la vez tan simple y tan compleja como la de los habitantes de la Tierra.
A cada instante, con cada decisión, un nuevo ser parte de mí y arriba a Q.
Siento nostalgias de ese planeta extraño, pero ¿acaso es posible sentir nostalgias de lo que uno jamás ha conocido?
Siento, tal vez, lo que otros sentirán respecto al Jardín Perdido.
Porque el único ser del universo que jamás podrá visitar Q., ése soy yo.
         

BICHO RARO

Lo sé: soy un bicho raro. Y siempre lo he sabido, desde que en el primer curso escolar debí sufrir las iras de mi maestra por corregirle ciertas elementales nociones de pedagogía.
Después no me fue mejor: siempre lo mismo. Saber más que los que pretenden saber mucho no es conveniente para poder vivir tranquilo.
Pero claro, pensé que todo esto algún día iría a acabar.
Sin embargo no hay caso: la condena parece eterna. ¿Cómo hago, recién muerto, para explicarle que no creo ni en el Cielo ni en el Infierno ni en ninguna patraña de vida eterna a este sujeto extraño, de grandes ojos rojos, que me mira como si tuviera mucho hambre y me invita a pasar a ese lugar que se ve allí detrás, ígneo y resplandeciente y poblado de gemidos?

VISIÓN

-Así como me ve -dijo el mendigo-, yo fui rey.
Hablaba con acento centroeuropeo. Pobre viejo, pensé: una víctima más de la maldita guerra.
Mientras él inclinaba la cabeza, de larga cabellera encanecida, un leve rayo de sol lo iluminó.
Y entonces pude ver sobre su coronilla un círculo de luz, como ésos que nimban la cabeza de los santos o los muebles antiguos donde algo circular ha estado posado durante mucho tiempo.
 

MIS HERMANOS Y YO

Soy el mayor de siete hermanos; todos me odian.
El segundo, que es ingeniero, detesta mis tentáculos; dice que son ineficientes, irrazonables, y que además me quedan bastante feos.
El tercero, que es contador, tiene problemas para determinar el número de mis ojos. Esto lo lleva al borde de la locura, a no poder dormir, a acusarme de torturarlo adrede.
La cuarta es odontóloga; mi único diente, en sus múltiples facetas, le insume ya cuarenta años de estudio y desconcierto.
El quinto es un empleado de comercio; mira la zona baja de mis séxtuples pantalones con una mezcla de envidia y de desprecio.
La sexta es una bruja; contempla atemorizada mi maldad, más vasta que la de cualquier criatura del universo.
El séptimo, por supuesto, es hombre-lobo. Aunque en secreto envidia mis pezuñas (el doble que las suyas en filo y en tamaño), en público siempre logra disimular.
-Qué le vamos a hacer -suele decir-. En todas las familias el mayor y el menor son siempre los más sufridos.



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