sábado, 9 de abril de 2011

PANTERAS VERSUS DRAGONES


-Tan calladitos que están -dijo Marisa.
Mientras las dos parejas hacían la sobremesa los chicos jugaban apenas a unos metros, al lado del gran hogar. Julián sonrió.
-Son como la naturaleza -dijo-. Cuanto más calladitos, peor.
Inés y Pablo asintieron en silencio. Lo sabían muy bien por experiencia. El ruido, el batifondo, aun las peleas y discusiones, por más pólvora que tuvieran, no podían encerrar, al fin y al cabo, más peligros de los que ya estaban en juego. Pero el silencio era, incontestablemente, un mal presagio.
-No seas exagerado -dijo Marisa-. Pobres ángeles. Al fin y al cabo, uno nunca les da ni tan siquiera el beneficio de la duda.
-¿El beneficio de la duda? -se asombró su marido, o simuló asombrarse-. ¿Y desde cuándo a una piraña se le da el beneficio de la duda?
Inés y Pablo rieron y se sirvieron más cognac.
-Nunca me voy a olvidar -dijo Inés- del primer interrogante existencial de Matías. Una noche me preguntó: Mami, ¿yo soy como nadie?
-¿Como nadie? -coreó Marisa.
-Eso dijo. Y entonces le pregunté: ¿Por qué como nadie, Mati? ¿Y a que no saben lo que me respondió?
Marisa y Julián negaron con la cabeza.
-Porque nadie nació sabiendo.
Matías y Juliancito parecían estar manipulando cada uno un títere o muñeco, a los que hacían dialogar agitadamente entre ellos. Desde la mesa de los adultos apenas podían oírse las vocecitas apagadas.

-Pobres ángeles -repitió Marisa-. Ojalá nuestros juegos, los juegos de los adultos, fueran tan inocentes como los suyos.
     -¿Qué tiene de culpable el ajedrez? -objetó Pablo-. ¿Y el scrabbel, y el backgammon? La canasta, lo reconozco, es culpable de aburrimiento; pero ese sayo no me toca. La única que juega a esas cosas de viejas, aquí, es Inés.
-No seas tonto. Hablaba de la guerra, de la lucha por el poder. De este mundo terrible que ya no es más que violencia, materialismo, egoísmo y competencia. Mírenlos ahí, perdidos en su magia, sin darse cuenta siquiera de que estamos aquí, inventando quién sabe qué fantásticas historias.
-Las pirañas no inventan fantásticas historias -dijo Julián, muy serio-. Lo único que hacen es guerrear. Te apuesto lo que quieras a que el muñeco de Matías es no sé qué villano de no sé cuál galaxia, a miles de años-luz, y el bicho de Juliancito es el comandante de la nave de la Confederación Terrestre, cuya única misión es destruir a sus enemigos.
Marisa se encogió de hombros.
-Ya salió Diógenes -replicó-. Vos no verías inocencia ni en una nena de tres años jugando en el jardín con su muñeca.
-Las lesbianas a veces nacen, y no se hacen. Pero que conste que no tengo nada contra las ellas. Es más, algunas me encantan.
Inés y Pablo volvieron a reír. Marisa estaba verde.
-Fue una broma -dijo Julián-; te juro que fue una broma. Lo que quiero decir en realidad es que no puedo tragarme fácilmente la píldora de ese maniqueísmo, la antítesis visceral entre el niño inocente y el adulto feroz. ¿Acaso no se trata de las mismas personas unos años después? ¿Cuándo y por qué se tuerce la plantita? Si pensáramos eso de verdad, si creyéramos que en unos pocos años de ser ángeles pasamos a transformarnos súbitamente en monstruos o demonios, no quedaría más remedio que culpar a los padres y a las maestras. Demonios convirtiendo a los ángeles en demonios.
Marisa se agitó.
-Conocer es recordar, creía Platón -miró a Julián-. Lo que dijo Matías de chiquito no fue una casualidad. Un niño nace sabiendo; sabe todo. Después, la educación lo va matando: va mutilando su sensibilidad, su creatividad, su enorme sabiduría. Nosotros, sus padres y sus maestros, somos los encargados de explicarles qué es verdad y qué no, en qué pueden creer, qué deben desechar. Maestros de ignorancia, es lo que somos.
Inés y Pablo, divertidos, oían la conversación mientras miraban de a ratos a Matías y a Juliancito, que seguían murmurando y jugando con sus muñecos.
-Puedo llegar a estar de acuerdo en eso -dijo Julián-. Creo que cada palabra que decís puede ser cierta. Pero sabiduría no es sinónimo de inocencia; conocimiento no necesariamente implica bondad. He visto en algunos niños actitudes que hubieran horrorizado a Hitler, a Gengis Khan o a Gilles de Rais.
-¡Históricos estamos! -dijo Pablo, riendo-. Aunque no creo que demasiadas cosas pudieran haber llegado a horrorizar al buen chico de Gilles.
-No sé -insistió Julián, meneando la cabeza-. Un niño es amoral. No tiene la menor conciencia de las fronteras. Un dictador, un genocida, es, en algún sentido, un niño al que jamás se impusieron límites. No otra cosa hizo Hitler que jugar con muñecos, con muñecos humanos.
El resplandor del fuego del hogar iluminaba el rostro de los niños y también el de Inés, que sin decir una palabra se había acercado a ellos.

-¿A qué juegan? -preguntó Inés.
Juliancito y Matías seguían manipulando sus muñecos. Al ver llegar a Inés los murmullos se habían silenciado. Pasaron varios segundos antes de que Matías contestara.
-Panteras versus dragones -dijo bajito.
-¿Qué dijiste? -preguntó Inés.
-¡Panteras versus dragones! -repitió el niño-. ¿Estás sorda, mamá?
Inés sonrió.
-Lo que pasa es que vos no te sacás la papa de la boca para hablar. Panteras versus dragones... ¿Y cómo es ese juego?
Matías miró a Julián, como preguntando algo en silencio. Al fin habló Julián.
-Hay dos bandos que pelean por el control de todo el universo. Uno es el de las panteras, otro es el de los dragones. Eso es todo.
-¿Y estos muñecos, quiénes son?
Nuevo silencio, nueva mirada cómplice entre los dos.
-Dos espías de las panteras -dijo Julián-. Están por realizar una jugada clave, que tal vez aniquile de una vez y para siempre el poder de los dragones.
-¡Pero cómo! -exclamó Inés-. Pensé que cada uno de ustedes representaba a uno de los bandos.
-No, no -dijo Matías, impaciente-. No entendés. Los dragones son malos, son terribles. Tienen que ser eliminados. Ya es hora del reinado de las panteras.
Inés se encogió de hombros y volvió hacia la mesa, donde una partida de TEG estaba comenzando.

De pronto se oyó un terrible chisporroteo.
-¿Qué fue eso? -dijo Marisa, sorprendida.
Ya todo el mapa del mundo había sido ocupado por ejércitos diversos. Ahora el asunto era la estrategia: hacia dónde enfocar el grueso de las tropas, qué alianzas llevar a cabo, cómo actuar con inteligencia y con decisión para ir apoderándose gradualmente del planeta.
-El fuego -dijo Pablo.
Todos volvieron sus miradas hacia el hogar. Las llamas habían crecido de una manera extraordinaria. Un insólito resplandor alumbraba aquel rincón, donde el títere de Matías y el de Julián parecían estar bailando una extraña danza mientras los chicos seguían murmurando por lo bajo.
-Pirañas, ¿qué dije yo? -comentó Julián mientras se encogía de hombros-. Seguro que han abierto una de mis botellas y han tirado whisky o cognac en el hogar. Si se lo habré hecho yo a mi pobre viejo.
-Qué incontrolable, el fuego -dijo Inés, pensativa-. Aquí, en estas batallas de juguete, al menos es posible elaborar estrategias, diseñar tácticas, planear. Pero esas fuerzas ciegas, incontenibles...
La danza de los muñecos continuó entre el murmullo de los niños y el chisporrotear del fuego. Los adultos volvieron a su juego.
A miles de kilómetros de allí, dos chicos acababan de entrar en su colegio y, riendo sin cesar, empezaban a disparar sobre profesores y compañeros.

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