jueves, 14 de abril de 2011

SIETE NEGRITOS

TERNURA

Los huerfanitos habían estado correteando toda la tarde por el enorme parque. Lyria y yo los mirábamos con los ojos encendidos; eran tan tiernos... Después el sol se hundió; los pinos empezaron a proyectar sombras enormes, y pronto fue la hora de cenar. Entonces nos dirigimos hacia la sala de armas, tomamos nuestros rifles de rayos infrarrojos y, a una señal, la cacería comenzó.


INSTANTES

Mientras iba pasando vio una ventana abierta, y a través de ella a una gran familia que cenaba tranquilamente, conversando y riendo, y sintió mucha envidia y autocompasión, y el deseo feroz de estar también ahí, de ser uno más de ellos, y de pronto ha pasado, unos pocos segundos hasta llegar al piso, a estrellarse contra el asfalto.


FIN DE SHOW

Cuando el disparo del asesino dio de lleno en el corazón del mago, muchos de los espectadores empezaron a gritar. Pero más se espantaron cuando vieron, tras su caída, cómo la boca del mago se abría más y más y de ella brotaban monedas y pañuelos, pájaros y conejos; luego, fuego y espadas; y finalmente una banda de asesinos, que empuñando sus rifles y pistolas empezaron a disparar con gran destreza al centro del corazón de los presentes.


BON APPÉTIT

El cura párroco del pueblo era nuestro invitado a la cena de esa noche. Mamá estuvo atareada todo el día, pero dejó la casa hecha un palacio. -Señor -dijo el padre Alfonso cuando todo el mundo estuvo sentado en su lugar-, Te damos gracias por este pan que por intermedio de Tu bondad vamos a recibir. -¡Gracias! -gritamos todos, entonces, al unísono-. ¡Gracias, muchas gracias, Señor, Te damos gracias! El padre nos miró, desconcertado; pero más se desconcertó cuando vio que todos nos aproximábamos a él, cubierto en mano.


MEDIA NARANJA

-A veces yo también peleo con mi mujer -me dijo el policía con una sonrisa cómplice-. Pero no se preocupe, hombre: siempre vuelven.
Iba a encogerme de hombros cuando se abrió la puerta. Era ella. Entrando a la jefatura, el cuchillo surgiendo de su espalda como una cruel aleta, mirándome con horrible malignidad con su único ojo sobreviviente, serpenteando hacia mí, lanzando sus postreros estertores en medio del asombro de todas las miradas.


CAUSA Y/O EFECTO

Primero fue el griterío de la gente. Luego, el cuerpo rodando bajo las fauces del tránsito a mediodía. Ahora es una mano inadvertida que da un fuerte empujón certero. Después, dentro de un rato -dos horas, tal vez tres-, será una discusión entre dos hombres; pérfida, acalorada, en este mismo bar.


LAS SILLAS

En mi living hay seis sillas. Una de ellas, irrevocablemente, acarrea la muerte de quien la ocupe.
El problema es que en esto no hay certezas: la condición letal transmigra día a día de una a otra silla. Nunca es posible saber exactamente cuáles serán las cinco inofensivas, cuál la que alivie de la existencia a un nuevo amigo.
Desde hace años he optado por ubicarme en un sofá. Mis amigos, escépticos o arriesgados, se sientan prolijamente en torno a la gran mesa y charlan mientras todos esperamos.
La muerte nunca es súbita; siempre es inevitable. Cuando uno de ellos empieza a transpirar, todos sabemos ya quién morirá. A veces la agonía dura algunos segundos; otras, un día entero.
Así hemos ido pasando nuestras vidas, disfrutando de esta costumbre inhabitual. El número de mis amistades, que solía ser casi ilimitado, ha ido mermando considerablemente con el tiempo.
Me produce una razonable desazón imaginar el día en que haya quedado solo y deba, por lo tanto, dar mi propio espectáculo ante mí: showman y espectador en uno solo. Pero más me preocupa una posibilidad: no acertar con la silla que me dará la muerte.
Y es mucho peor que la vida y que la muerte imaginarme girando hora tras hora en esa especie de infierno circular.

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