sábado, 9 de abril de 2011

POLICIALES BONSAI

EL SITIO DEL CORAZÓN

—Pobre hombre —le dijo a su mujer poco después de tropezar con aquel ciego—. Qué horrible, no poder ver —agregó sin necesidad mientras impulsado por una súbita intuición se lleva la mano hacia el interior del saco, al sitio del corazón, al bolsillo, vacío ahora, donde debería hallarse su billetera.


COLABORACIÓN

—No disparen. Me entrego —dijo el hombre.
—No puedo creerlo —el policía más alto le habló a su compañero—. Un voluntario más. ¿Cuántos tenemos?
—Cinco —respondió el otro, aún perplejo—. Sin duda el jefe nos va a felicitar. Pero ¿a quién diablos le vamos a vender esta maldita rifa de la Cooperadora?


ROJO Y BLANCO (COMPOSICIÓN)

Sobre este mismo colchón ha estado ella. Sobre éste en el cual ahora descansa mi cuerpo, relajado. Mi cuerpo que, bendito, silenciando a la mente, apoderándose de las circunstancias, la besó suavemente, luego la desnudó, la extendió en el colchón, tomó el cuchillo, talló su blanda escultura con amor, para luego exponerla sobre uno de los bancos que invaden el vasto parque, sentada, muy expresiva, dando vida al horrible color blanco con el rojo, el rojo de la vida, mientras aquí mi cuerpo desnudo espera, no sabe aún muy bien qué, quizá una nueva obra en perspectiva, quizá el momento de su definitiva consagración.


LAS RAZONES DEL CUERPO

Nunca le habían gustado las manos de su esposa. Pero eso no tenía que ver con ella: era tierna, bellísima, adorable.
Inclusive podría haberse dicho, si no hubiera sonado tan ridículo, que él tenía miedo de aquellas manos. Pero se trataba de ellas; a su esposa la amaba con todo su corazón.
Y fueron precisamente aquellas manos las que una noche de invierno lo estrangularon, mientras su esposa, desesperada, atrás, gemía:
—Te amo, querido; te amo tanto como jamás podrás imaginar. Pero tu cuello, ay, tu maldito cuello...


MOSQUITA MUERTA

 Con esa cara de mosquita muerta lo empezó a seducir en mis narices (ella era amiga mía) desde el momento mismo en que los presenté.
Con esa cara de mosquita muerta, viendo que él no tenía ojos más que para mí, comenzó a recurrir a esas argucias que tan bien conocía ella: velas rojas, brebajes, invocaciones.
Con esa cara de mosquita muerta, al ver que ni con su magia lo tendría, se las ingenió para venir un día a visitarnos, cerrar por dentro todas las puertas y ventanas y disparar finalmente sobre él ante mis ojos aterrorizados.
Con esa cara de mosquita muerta con la que ahora me hace burla desde el piso, en esta habitación hermética, sellada, donde los investigadores, pese a mis llantos y a mis juramentos, no encuentran más que el cuerpo, aún tibio, tendido sobre el sofá, mi mano en la pistola y una casi invisible mosca muerta a la que nadie, salvo yo, presta atención.


SABER LO QUE SE QUIERE

Siendo niño siempre le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande. Y él siempre respondía:
—Asesino.
Sus padres sonreían, divertidos. Las visitas reían, un poco incómodas, y a veces se despedían enseguida.
Poco a poco llegó a ser un contador de fama no pequeña, padre de cinco hijos y respetado miembro de la comunidad. Sin embargo, de vez en cuando miraba con tristeza el fuego del hogar y confiaba a alguno de sus pocos amigos íntimos:
—Este es el resultado de no contradecir los deseos de los niños. Si mis padres alguna vez hubieran querido inducirme por la fuerza a ser médico, ingeniero o -incluso- contador ahora yo sería un asesino maravilloso, y no esta porquería que todos pueden ver.
Decía esto mirando como en sueños el cuello de su amigo, la suave piel del cuello, donde empieza la nuca, con sus pelitos.


HAY QUE SACARLO TODO AFUERA

Como la primavera.
No contarle, por ejemplo, a tía Lala que tío Coco quería a tía Pancha, pero que se casó con ella por conveniencia. Quién pudiera.
No contarle, por ejemplo, a primo Tuto que él no es hijo de tía Lala y tío Coco, sino de tía Lala y tío Pepe. Quién pudiera.
No contarle, por ejemplo, a tío Coco, que ya se ha enterado antes por primo Tuto y anda por el patio buscando a tía Lala. Quién pudiera.
Pero no, no se puede, es imposible. Hay que sacarlo todo afuera.
A tía Lala, primero, que está muerta. Un cuchillazo en medio del corazón. Sacarla afuera.
A primo Tuto, después, que está muertito. Un balazo en el medio de la frente. Sacarlo afuera.
A tío Pepe, que por casualidad vino a visitarnos hoy, y que también acaba de morir. Veneno en las masitas hojaldradas. Sacarlo afuera.
Quién pudiera callar, ay, quién pudiera. Como que me llamo tío Coco.
Parece que me buscan. Y hay que sacarme afuera.

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